Las cáscaras de tomate, de huevo, de melón; los restos de manzana y de cualquier alimento orgánico no son basura para Giovanna Grimaldi. Ella los guarda en un contendor que cada dos días baja hasta el primer piso de su edificio y los pone en una de las dos composteras comunitarias.
«Tenemos un jardín súper lindo en el edificio y el jardinero va sacando compost que creamos con nuestros propios desechos, para ponérselo a las plantas. Yo también saco un poco para las que tengo en mi departamento».
Giovanna fue quien promovió la iniciativa entre sus vecinos cuando vio un anuncio de la Municipalidad de Providencia, para ofrecer composteras para las casas y edificios de la comuna.
«Providencia recicla orgánico es un programa donde el municipio entrega en comodato composteras domiciliarias o kits, para que los vecinos puedan reciclar residuos orgánicos. Además, incluye capacitaciones y acompañamiento en el proceso», explica Santiago Rojas, jefe del departamento de medioambiente.
En 2015 se entregaron 300 composteras y este año esperan entregar el mismo número. «La idea es disminuir la cantidad de residuos que van al relleno sanitario, porque el 50% de la basura que uno genera son residuos orgánicos», agrega.
Pero esta no es la única comuna que se preocupa del tema. La Pintana es una de las emblemáticas: desde hace cuatro años cuentan con un camión que solo recoge desechos vegetales. Luego, esos residuos son mezclados con tierra y pequeños trozos de ramas de la misma comuna. Con el tiempo esos desechos se transforman en compost, un fertilizante natural.
«Ese compost lo usamos después en parques y plazas de la misma comuna», dice Marcia Lepin, del área de gestión ambiental de La Pintana. Además, en el mismo lugar donde fabrican el compost hacen charlas y ecotours para que los vecinos se familiaricen con términos como reciclaje y biodiésel (biocombustible que fabrican con los restos de aceite).
Vida ecológica
La Municipalidad de Santiago, por su parte, tiene dos centros educativos para los vecinos, colegios y universidades, donde trabajan el compostaje y la lombricultura (el uso de lombrices para crear humus). «En el centro educativo del Parque O’Higgins, por ejemplo, manejamos los desechos orgánicos del barrio de Beauchef, de la Penitenciaría, de la Vega Poniente y de la feria Gaspar de la Barrera», dice Donatella Fuccaro, directora de medioambiente.
Según explica, este tipo de actividades, además de los huertos comunitarios tienen una labor social. «Ayuda a crear redes: vecinos que antes no se conocían ahora se conocen porque trabajan juntos».
En Recoleta, la labor consiste en recoger los desechos orgánicos de la feria Víctor Cuccuini y luego llevarlos a un lombricultivo de 20 metros cuadrados. «Así logramos humus de primera calidad que utilizamos luego en el vivero municipal. El humus es oro: es energía pura, energía disponible para las plantas», dice Francisco Moscoso, director de la Dirección de Medio ambiente Aseo y Ornato.
Su meta, explica, es a largo plazo no tener que sacar basura de la comuna. Por eso también hay juntas de vecinos y colegios y jardines infantiles trabajando la lombricultura.
Para Daniela Torres, de Huertos por la Inclusión -una agrupación de distintas organizaciones que buscan visibilizar el rol terapéutico del huerto, entre otros fines-, este tipo de actividades es clave. «Tener el hábito de compostar te recuerda que los alimentos están vivos, que hay que tener distancia de alimentos químicos, industriales, que no son compostables. Y, además, potencia que uno tenga una vida ecológica».