La matonia es un tipo de helecho cuyas hojas se ordenan en forma parecida a un abanico y que solo crece en remotas montañas tropicales de Malasia e Indonesia. Pero hace unos 35 millones de años también estaba presente en la Patagonia y la Antártica. Esa es una de las sorpresas con las que se ha encontrado el paleobotánico japonés Harufumi Nishida, quien en los últimos 30 años ha recorrido desde el Biobío hasta la isla Livingstone, en la península Antártica, en busca de evidencia de los antiguos bosques que cubrieron esa zona de Chile. Durante sus investigaciones ha trabajado estrechamente con los paleobotánicos chilenos Marcelo Leppe, del Instituto Antártico Chileno, y Teresa Torres, de la U. de Chile.
«Hacia fines del Cretácico, unos 70 a 65 millones de años atrás, el sur de Chile y la Antártica compartían similar vegetación y formas de vida, debido a que estaban conectados», explica Nishida, quien es investigador de la universidad de Chuo y fue uno de los oradores principales del V Simposio de Paleontología, que se realizó en Concepción.
Era más o menos similar al bosque mixto templado de la zona central y sur, conocido como bosque valdiviano. Por ese entonces, el principal representante de esta biodiversidad vegetal era el género Nothofagus, del cual derivaron los actuales alerces, lengas, coihues y ñirres, pero había muchas más especies que no lograron sobrevivir hasta hoy.
También dominaban el área coníferas emparentadas con el ciprés (cupresáceas), coníferas relacionadas con el mañío y las araucarias (podocarpaceas), y otros representantes de la familia de las angioespermas, que agrupa a todos ellos. En definitiva, era un bosque más denso y frondoso que el actual, especialmente frente al que se presenta hoy en la zona magallánica, por el que deambulaban dinosaurios de todos los tamaños y que también servía de refugio a las primeras aves y a los pequeños mamíferos e insectos del Cretácico.
Entre pantanos
Este bosque, además, contenía grandes helechos, como los del género Lophosoria, cuya característica principal es que crecen como árboles y son muy frondosos. También había otros más pequeños, como la Hymenophyllaceae , que requieren de mucha humedad por lo que están asociados a pantanos o ríos. Ambos tipos todavía se pueden encontrar en nuestro país.
La caída del asteroide que arrasó con los dinosaurios, hace unos 66 millones de años, afectó igualmente la vegetación en la Patagonia y la Antártica, cuenta Nishida, pero sus efectos no fueron tan serios como en el hemisferio norte, donde ocurrió el impacto. «Esta es la mayor razón de por qué muchos de estos componentes vegetales del Cretácico sobrevivieron, aunque también hubo extinciones importantes».
Como ejemplo de las especies desaparecidas, nombra a las plantas benettitaleanas, que habían surgido hace 250 millones de años y que, con un tronco grueso y hojas parecidas a las de los helechos, fueron protagonistas en la época de los dinosaurios.
Después del impacto del asteroide, el planeta se hizo más caliente, cuando se alcanzó el llamado máximo térmico. No obstante, hacia fines del Eoceno, la Tierra comenzó a enfriarse, especialmente tras la apertura del paso Drake, que separó la Antártica de Sudamérica. En ese momento se formó la corriente circunpolar antártica de agua fría, que rodea ese continente. Como consecuencia, la Antártica quedó aislada de las aguas más cálidas y se enfrió hasta la congelación. Así los glaciares cubrieron los bosques.
Hasta antes de ese enfriamiento, el bosque templado tipo valdiviano todavía existía en esas latitudes, pero posteriormente se fue retirando hacia el norte, hasta alcanzar su actual distribución. Hubo componentes de esa flora que se extinguieron en esa zona por el cambio de temperatura. Por ejemplo, un fragmento de turba petrificado que Nishida encontró, en 2011, en Cocholgüe, cerca de Concepción, contenía el ejemplo de helecho del género matonia mencionado previamente .
«La planta fosilizada estaba anatómicamente preservada. No solo conservaba sus hojas, sino también secciones de sus rizomas (así se conoce el tallo de los helechos) y pecíolos (troncos de las hojas), lo que ayudó a su identificación», destaca.
Otro hallazgo sorprendente fue una flor macho, probablemente del género casuarina, de la familia Casuarinaceae , la cual hoy solo crece en forma natural en Oceanía. «La casuarina probablemente también se extinguió acá después del enfriamiento global», agrega.
Publicado en El Mercurio