Uno de los animales más curiosos sobre la Tierra, el almiquí de Cuba (Solenodo cubanus), es un mamífero inusualmente venenoso, que durante décadas se creía extinto.
Parecido a una musaraña, recuerda a especies de mamíferos que vivieron casi desde hace tanto tiempo como los dinosaurios.
Entre 1890 y 1970 no se hallo ningún espécimen pero, inesperadamente, unos pocos años después tres fueron atrapados.
Y en 2003 uno, al que se le dio el apodo de «Alejandrito», fue identificado positivamente. Fue apenas el número 37 de la historia en ser atrapado y quedar registrado. La especie «extinta», pues, seguía viva.
¿Qué criterios utilizan los científicos para determinar la desaparición de una especie?
La regla del medio siglo
Existe el mito popular de que los conservacionistas usan una regla muy simple para declarar extinto un animal: si no ha sido avistado por medio siglo o más se considera que desapareció.
«Es algo que se ha ido perpetuado, que hay una regla de los cincuenta años», apunta Craig Hilton-Taylor, jefe de la Unidad de la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
En realidad, los biólogos hacen estudios mucho más profundos y todo el proceso comienza con una cuidadosa observación de la especie, mientras aún se sabe de su existencia.
Y la Lista Roja de la UICN desempeña un papel clave. Durante más de 50 años ha registrado el estatus de conservación de las especies, recogiendo información de una enorme variedad de fuentes, que incluye biólogos, conservacionistas y estadísticos.
Una especie abundante puede tener una categoría de «menor preocupación». Otra, en riesgo, puede considerarse como «vulnerable» o «amenazada».
Si se observó una reducción de la población de un 70% o más en los últimos diez años, se considera que está «en peligro». Si es de más del 90% pasa a estar «en peligro crítico».
Para calcular el tamaño de una población de un animal y ver en qué categoría de riesgo está, los biólogos utilizan diversas técnicas.
Pueden buscar señales de la actividad del animal -sus huellas y excrementos por ejemplo- algo particularmente útil si se trata de un animal difícil de avistar.
Y luego, al saber de su presencia en un área determinada, pueden hacer un estudio más exhaustivo, quizás recorriendo el hábitat que transita.
Pero a veces eso no es suficiente, por ejemplo en el caso de los animales nocturnos que viven en zonas de densos boques.
En esos casos las cámaras-trampa pueden ser de ayuda. Son dispositivos que toman imágenes cuando sus sensores detectan movimientos. Los drones aéreos con cámaras también son útiles.
Fuentes contrastadas
Sin embargo, la información sobre las especies no siempre proviene de los biólogos y sus equipos, resalta Hilton-Taylor.
Incluido como especie en «peligro crítico», corre el rumor de que el delfín del río Yangtzé aún sobrevive en su hábitat original en China.
«Seguimos recibiendo informes extraños de distintas personas. Nos llegan fotografías borrosas al estilo del monstruo del Lago Ness», dice Hilton-Taylor.
Son informaciones que deben ser consideradas cuidadosamente, como también las provenientes de quienes atrapan o cazan animales. Tal es el caso del bacalao del Atlántico, cuyo número es monitoreado cuidadosamente.
En otras palabras, muchas veces es necesaria una amplia red de investigadores, profesionales e incluso aficionados para determinar el estatus de conservación del animal.
Incluso cuando tienes al frente al último individuo de una especie, es posible que no siempre puedas garantizar un registro preciso de su extinción.
Es el caso del guacamayo azul Spix, originario de Brasil, cuyo último espécimen fue apareado con una hembra de otra especie.
En 2000 ambas aves desaparecieron y no se las volvió a ver. Han pasado 15 años y no se han producido avistamientos del guacamayo en estado silvestre, pero la UICN no lo ha declarado oficialmente extinto, simplemente porque no sabemos qué le sucedió.
Métodos y cálculos
Es así que los biólogos tienen que recurrir a análisis de datos para ayudarse a calcular los números de especies raras.
Ben Collen, del University College de Londres, ha estado trabajando con un método que justamente hace eso y que está cambiando nuestra comprensión de la situación de los animales en peligro de extinción.
Collen y su equipo han desarrollando cálculos que, tomando en cuenta una cierta especie y el número de veces que ha sido avistada, pueden determinar las probabilidades de que haya o no desaparecido.
La fórmula puede tomar en cuenta la certidumbre de avistamientos anteriores, así como otros conocimientos sobre el hábitat del animal como, por ejemplo, los cambios que ha sufrido con el tiempo.
Aunque esos modelos no pueden suministrar pruebas concluyentes, son análisis que influyen en las decisiones de personas que tienen la tarea de declarar oficialmente la desaparición de una especie.
El zoólogo de la Universidad de Oxford Tim Coulson, por ejemplo, ha estado desarrollando técnicas estadísticas para evaluar lo confiable que pueden ser las cámaras-trampa en el cálculo del número de una población de grandes felinos.
Como los conservacionistas están muy seguros de conocer la cantidad de leones que viven en el Parque Nacional Serengueti en Tanzania, Coulson y su equipo pudieron estudiar el funcionamiento de 200 cámaras-trampa colocadas en la región.
Y los investigadores encontraron que los dispositivos eran más precisos cuando se les usaba en ciertos períodos, como los nocturnos, cuando el movimiento de los leones es más impredecible.
«Esa información puede ser obviamente de interés para personas que intentan evaluar si una población o una especie se ha extinguido», señala Coulson.
Delicada declaración
Las consecuencias de declarar la extinción de una especie no son nada triviales. Como Collen destaca, decir que un animal desapareció significa abandonar su protección.
«Lógicamente los científicos se muestran reticentes a declarar la extinción de un animal, si existe una posibilidad de encontrarlo», sostiene. «Si se declara extinto, nadie pondrá fondos para su conservación».
Quizás es la razón por la cual el delfín del río Yangtzé aun aparece en la lista como «en peligro crítico,» aunque la mejor evidencia de su existencia sean raras fotos borrosas.
Por otra parte, los errores en las evaluaciones no son raros. Cada cierto tiempo animales como el almiquí de Cuba, que se creían desaparecidos o incluso declarados oficialmente extintos, reaparecen inesperadamente.
Son las denominadas «especies Lázaro» y hay muchos ejemplos así.
Aparte de esas agradables sorpresas, sin embargo, Hilton-Taylor y la UICN dicen que su visión de la situación no es prometedora. A nivel global hay más especies en vías de extinción que alejándose del peligro de desaparecer.
Es por eso que todo ese trabajo, aunque complicado y muchas veces exasperadamente inconcluso, tiene su importancia.
Descubrir que una especie ha desaparecido, hasta el punto de saberlo con certeza, es siempre algo desafortunado.
Sin embargo, hacer el esfuerzo por saberlo ofrece una esperanza de que el animal en cuestión, sin importar lo raro o vulnerable que sea, aún exista.
Si sabemos eso, entonces también sabemos que nosotros, como única especie sobre el planeta con la capacidad y los recursos para hacerlo, tenemos la oportunidad de salvarlo.
Publicado en BBC Mundo