Stefano Mancuso considera que los humanos hemos subestimado a las plantas. Una posición bastante arrogante, considerando que nuestra vida en la Tierra depende totalmente del alimento que nos proveen y que ellas producen el aire que respiramos.
Para el director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal de la U. de Florencia, esta suerte de ninguneo hacia las plantas se debe, principalmente, a que no pueden moverse del lugar donde se encuentran y no tienen cerebro.
«Pero es justamente su incapacidad de desplazarse para defenderse de las amenazas lo que les ha dado la capacidad de sensar más de 20 parámetros distintos. Para eso tienen sentidos equivalentes a los nuestros: ellas pueden oler, ver, escuchar, tocar, pero también perciben campos eléctricos y magnéticos o gradientes químicas que nosotros no».
Y no solo eso. «También son capaces de comunicarse y ¡tienen una vida social que no imaginamos!», afirma. Durante su exposición en el Congreso Futuro sorprendió a la audiencia con imágenes en fast-motion que muestran una insospechada vida secreta de las plantas.
Solidaridad verde
Los videos muestran una planta de porotos cuyas hojas se abanican como manos buscando la luz; brotes de girasol que se agachan, retuercen y yerguen cada uno a su ritmo, «entrenándose para seguir al sol»; una vid que bate su zarcillo en el aire como un látigo hasta alcanzar el único poste de la habitación y enrollarse en él mientras sus hojas se agachan en un gesto de merecido descanso, y una fila de plántulas de maíz cuyas raíces comienzan a orientarse disciplinadamente hacia una fuente de sonido.
¿Quiere decir que las plantas pueden escuchar cuando les hablamos o ponemos música? «No, dice taxativo. No les interesa la música ni la conversación. Ellas reaccionan a frecuencias de sonido que les son útiles, como los 200 hertz, que es la frecuencia del agua corriendo».
Pero sí se comunican. Especialmente entre ellas y con abejas, mariposas, picaflores y otros animales. «El olor de una rosa es un mensaje para atraer a un polinizador», ejemplifica.
Su lenguaje está compuesto de moléculas volátiles. Este permite también una suerte de solidaridad vegetal. «Pusimos dos grupos de plantas separadas y estresamos a un grupo echándole sal en la tierra. Las moléculas volátiles actuaron como un, ‘hey, presten atención, que viene sal’. El otro grupo empezó entonces a cambiar su metabolismo para resistir a un suelo salino».
Para Mancuso, estas conductas complejas solo se pueden entender como una forma de inteligencia.
«Si ellas sensan a la vez agua a la izquierda, nutrientes a la derecha, un patógeno cerca y una gradiente química, deben decidir qué hacer: ‘¿es más importante ahora el agua o los nutrientes?’, ‘si voy hacia el agua, ¿puedo soportar encontrarme con un patógeno?», ejemplifica.
«En eso -afirma- son exactamente iguales a los animales. Ellas deben resolver problemas. Y eso es para mí la definición de inteligencia».
Publicado en El Mercurio