Las proyecciones indican que ya a mediados de este siglo el clima en Chile cambiará. La temperatura máxima en algunas zonas subirá hasta 4,5 °C (Valparaíso, por ejemplo), mientras que las precipitaciones en gran parte del país disminuirán. Sin embargo, aunque las lluvias serán menos frecuentes sí podrían ser más intensas, acumulándose mucha agua en poco tiempo, un problema que históricamente ha generado desastres en Chile.
Basándose en el historial de catástrofes climáticas del país, el grupo liderado por Cristián Henríquez, investigador de la U. Católica y del Centro de Desarrollo Urbano Sustentable (Cedeus), elaboró un estudio y modelación del clima urbano a escala local que sirviera como base para proponer medidas de adaptación al cambio climático (Fondecyt 1130305, que finaliza en marzo de 2016).
Analizando los decretos de zona de catástrofe y emergencia agrícola (amenaza), el porcentaje de población infantil y de tercera edad (exposición), caracterización socioeconómica y de salud (vulnerabilidad) y el porcentaje de población perteneciente a organizaciones sociales (resiliencia), generaron un índice que arrojó que las comunas de Petorca, La Ligua y Cabildo, en la Región de Valparaíso, tienen mayor riesgo de sufrir un desastre de origen climático (ver infografía), sea por variabilidad natural (ciclos naturales: El Niño, La Niña, Oscilación Decadal del Pacífico) o por los fenómenos proyectados debido el cambio climático.
“Se observa que las comunas que concentran mayor población expuesta (no necesariamente las de mayor población absoluta), que tienen mayores porcentajes de pobreza, con poca participación social y mayor frecuencia de zonas de catástrofe son las comunas de mayor riesgo”, dice Henríquez. Los factores pueden variar en el tiempo, por el envejecimiento de la población o la variabilidad natural. “La incertidumbre asociada al cambio climático puede aumentar las amenazas”, agrega.
Al tomar el radio más urbano, Copiapó, La Serena, Puente Alto y Concepción son las ciudades más amenazadas. “En Copiapó y La Serena el riesgo se puede entender por su posición geográfica, caracterizada por un clima árido y semiárido, con eventos poco frecuentes, pero muy extremos, como lo sucedido con el aluvión de marzo. Si a esto le sumásemos las emergencias agrícolas por sequía, la situación sería aún peor”, indica.
Una parte preliminar del estudio (sólo con ciudades principales) fue tomada como base para el informe Adaptación Urbana al Cambio Climático, preparado por el Cedeus, la ONG Adapt y el Centro Cambio Global para el Ministerio de Medio Ambiente. Pablo Badenier, ministro de la cartera, dice que es uno de los insumos usados para la preparación de planes de acción sectoriales, en este caso, para ciudades. “Este plan propondrá medidas para enfrentar los efectos de los fenómenos climáticos extremos, como el colapso de los sistemas de evacuación de aguas, daño en infraestructura y servicios de agua y electricidad, más demanda en los sistemas de salud y coordinaciones para enfrentar la emergencia”, dice.
El factor planificación
Entre 1977 y 2013, 85 eventos asociados al clima produjeron una catástrofe. La mayoría fueron temporales de lluvia (51), pero también sequías, heladas, nevazones e incendios forestales. En el caso de los primeros, su consecuencia más común son inundaciones y aluviones, gatillados no sólo por la intensidad de las lluvias, sino por deficientes sistemas de drenaje pluvial o mala planificación urbana: asentamientos en sitios que solían ser el camino natural del río.
“Tanto la carencia significativa de agua como su abundancia pueden detonar un desastre”, explica Jorge Gironás, investigador de la U. Católica y del Centro Nacional de Investigación para la Gestión Integrada de Desastres Naturales (Cigiden). “Los lugares más relevantes son aquellos donde la población o las actividades socioeconómicas están más expuestas o son vulnerables: zonas de piedemonte (donde nace una montaña), quebradas, zonas inundables o mal planificadas”, agrega. Esto último es lo que, en general, dice, ha fallado.
La amenaza climática
La gran extensión geográfica de Chile lo dota de una amplia gama de climas: subtropicales y áridos en el norte, mediterráneos en el centro y subpolares y polares en la zona austral. Eso sumado a la presencia de la cordillera de Los Andes (altitudes de hasta 5 mil metros) y la estrechez del territorio (no más de 300 kilómetros), hacen que el curso de los ríos al mar esté en una pendiente elevada, con un alto potencial erosivo.
Una lluvia intensa con una isoterma 0° alta (la altura en que la precipitación es nieve) hacen que mucha agua esté disponible, provocando desbordes de causes, inundaciones o aluviones, como en el norte.
Aunque en este caso fue una particular baja segregada (ver definiciones) la que gatilló el desastre, los sistemas frontales intensos históricamente son la principal amenaza hidrometeorológica del país. Se producen generalmente en la zona centro-sur y son más comunes desde La Araucanía.
Jaime Leyton, jefe de pronósticos en la Dirección Meteorológica de Chile (DMC), explica que hacia el sur, el terreno está preparado y la vegetación es distinta, lo que permite soportar mejor cantidades de precipitación que hacia el norte provocarían desastres. “De todas maneras, cuando se produce un evento de categoría intensa (mucha lluvia en 24 horas), estas entran en interacción con el suelo o los cauces de los ríos y se producen desbordes si hay sedimentos acumulados, aluviones o remociones en masa”, agrega.
La vaguada costera es otra condición climática que puede generar desastres. La baja costera, que favorece la llegada de niebla a los valles, en el sur produce calentamiento y sequedad favoreciendo incendios forestales, explica Leyton. “Al mínimo proceso de ignición, fogatas o quemas forestales descontroladas, genera una rápida propagación”, dice.