Por Eduardo Schiappacasse Dasati, seremi de la Región de Magallanes y la Antártica Chilena.
Cuando pensamos en cambio climático, tendemos a asociarlo a los gases de efecto invernadero (GEI), que son aquellos que retienen el calor en la tierra y evitan que el calor recibido desde el sol vuelva al espacio, generando así un aumento global de temperatura del planeta. En general se suele hablar de emisiones de CO2 que es el gas de efecto invernadero con mayor incidencia, producido principalmente por la quema de combustibles fósiles (petróleo, gas natural, carbón, etc.), CO2 que también es absorbido, aunque en menor medida, por la naturaleza como es el caso de los árboles.
Los efectos que ya se observan y los que se predicen a futuro, han movilizado a una gran parte de los países para realizar acciones de mitigación, esto es de reducción de emisiones netas de gases de efecto invernadero, y de adaptación con el fin de prepararse a los efectos futuros de este cambio climático y así disminuir sus impactos.
Naturalmente que Chile no es ajeno a esta condición, especialmente siendo uno de los países más vulnerables a nivel mundial. Por esta razón, se están realizando acciones que contribuyan a la reducción de aportes de GEI y en esta línea, nuestro Presidente Sebastián Piñera está impulsando un programa de descarbonización, que implica la detención, antes del año 2040, de las centrales termoeléctricas que usan carbón como combustible, que son las que presentan el mayor nivel de emisiones de GEI. Poco después de anunciar esta medida, el Gobierno se comprometió a que nuestro país será carbono neutral al año 2050, esto significa que para esa fecha la cantidad de emisiones de GEI se igualarán con la absorción de estos.
Con el fin de dimensionar la importancia de la descarbonización para lograr ser carbono neutral, podemos revisar algunos valores: haciendo uso de los datos obtenidos por nuestro Ministerio cuando realiza el inventario[1] y calcula la totalidad de las emisiones a las que les resta la totalidad de las absorciones para obtener el balance de GEI (emisiones – absorciones). El valor más reciente es del año 2016, en el que el balance entregó un valor de 46 millones de toneladas de CO2 equivalentes. Ahora, para determinar cuánto aporta el plan de descarbonización se puede usar los datos disponibles en la página de la Comisión Nacional de Energía, con los que podemos calcular que el carbón usado para generar electricidad durante el año 2018 generó aproximadamente 27 millones de toneladas de CO2 equivalentes. Es decir, la detención de estas centrales implicaría reducir más de la mitad de las emisiones netas de GEI, acción que deberá ser complementada con otras acciones para lograr la meta de ser carbono neutral al 2050.
Ahora, resulta interesante detenerse a analizar qué significa el detener las centrales que usan carbón. Naturalmente que requieren ser reemplazadas por otro tipo de fuente de generación, el que además tenga muy baja o nula generación de GEI. Una opción que se ve como atractiva es usar fuentes renovables como energía eólica y solar, las que han demostrado ser extraordinariamente baratas para el país como se ha visto en las últimas licitaciones de energía y que además no generan GEI. La pregunta es ¿resulta posible transformar toda nuestra matriz de generación a este tipo de fuentes?, un inconveniente asociado a ambas fuentes de energía es que no son estables: en el caso solar varía entre el día y la noche e incluso depende de la cantidad de nubes presentes, lo mismo ocurre con la energía eólica, ya que la cantidad de viento es variable, incluso en periodos muy cortos. Este inconveniente se puede resolver técnicamente usando almacenamiento de energía de tal manera de guardar el excedente de energía, cuando se cuenta con buena disponibilidad de radiación solar y/o viento, e inyectarla al sistema cuando la energía proveniente de estas fuentes es deficitaria.
Mirando la evolución tanto de las tecnologías de generación renovables como de almacenamiento se puede suponer que esa opción está cada día más cercana, tanto desde el punto de vista técnico como por su competitividad económica, como ejemplo:
- La inversión para una central usando energía solar ha disminuido a menos de la mitad entre el año 2009 y el 2015, y se espera que en los próximos años el monto de inversión siga reduciéndose.
- La tecnología de almacenamiento de energía ha estado mejorando de la mano de los vehículos eléctricos, desarrollando baterías con mayor eficiencia, duración y de menor costo. De hecho, usando las proyecciones de IRENA[2], se espera que el costo de las baterías se reduzca a menos de la mitad entre el año 2016 y 2030[3].
Un escenario futuro de estas características resulta especialmente atractivo para Chile, con una matriz de generación prácticamente sin emisiones y con almacenamiento de energía en baterías que podrían ser construidas en base a litio, especialmente considerando que Chile posee casi la mitad de las reservas mundiales de este metal[4]. Escenario que estaría absolutamente alineado con el principal objetivo del Programa de Gobierno en materia de medio ambiente: “mejorar el bienestar y calidad de vida de las personas a través de un desarrollo sustentable”.
[1] Departamento de Cambio Climático Ministerio del Medio Ambiente: “Inventarios Regionales de Gases de Efecto Invernadero, serie 1990-2016”
[2] IRENA: International Renewable Energy Agency.
[3] IRENA (2017), Electricity Storage and Renewables: Costs and Markets to 2030.
[4] En documento “Chile País de Oportunidades en Inversión y Desarrollo” del Ministerio de Minería, año 2019, se consigna que Chile posee el 48% de las reservas mundiales de litio.