Hay barcos, contaminación, ruidos y luces nocturnas, pero, pese a todos esos inconvenientes, las tortugas negras o verdes del Pacífico oriental (Chelonias mydas) se las han arreglado para subsistir en el hábitat urbano de Arica.
La razón es que tienen una importante área de alimentación, especialmente en el sector de La Puntilla, lo que han confirmado los investigadores del proyecto Tortumar de la Universidad Arturo Prat.
Es así como los ríos San José y Lluta, que desembocan en torno a la ciudad nortina, llevan consigo gran cantidad de limo, arcilla, arena y rocas, que sirven como nutrientes para las algas que forman una densa pradera submarina que sirve de sustento para las tortugas.
Es una de las colonias más importantes del país, reconoce Marcos Tobar, ingeniero de ejecución de la U. Arturo Prat, buzo e integrante de Tortumar. Otra similar que existió en la zona de Chipana, casi en el límite de Tarapacá con Antofagasta, desapareció debido a la pesca industrial. «Caían dentro de las redes porque hasta casi fines del siglo pasado no había regulación alguna respecto de la pesquería. Ahora se exige una selección y liberación de las especies que quedan atrapadas en forma incidental. Pero de ahí a que se cumpla es otro tema».
La desembocadura de los ríos ariqueños tampoco ha sido un ambiente ideal. Es así como la zona portuaria presenta un alto tránsito de vehículos y mercancías, sustancias peligrosas e hidrocarburos. Los cursos de agua acarrean desechos domésticos que han ayudado a un deterioro ambiental del área.
A ello se suma que a las tortugas les cuesta evadir embarcaciones como lanchas a motor y motos de agua, y por eso pueden sufrir colisiones de gravedad.
Tobar recuerda el caso de Isabella una tortuga que presentó una herida profunda con rotura de caparazón y que además sufrió la fractura de tres costillas. Lo más probable es que fuera afectada por la hélice de una embarcación menor.
Otra tortuga, Sina, fue encontrada sin una de sus aletas delanteras. «Proteger esta área de alimentación es sumamente necesario para la conservación de las tortugas», advierte el biólogo Walter Sielfeld, quien lidera el equipo de Tortumar.
Los investigadores apuestan a que las nuevas generaciones tienen mayor conciencia en la protección del medio ambiente.
De todas formas, las tortugas siempre se mantienen alertas y si ven a una persona, se hunden en el agua. En la playa, en cambio no tienen problemas en mezclarse con la gente. «Se ha hecho un trabajo grande para crear conciencia social. Por ejemplo, nosotros hemos hecho actividades con los colegios y escuelas de surf’.
La colonia de tortugas de Arica es permanente y la integran más o menos 400 individuos pero sus integrantes varían.
«Hay tortugas maduras que se van y en cambio llegan las juveniles. Este año vimos muchas de las últimas, lo que no ocurría hace tiempo», cuenta Tobar.
El tamaño varía. «Capturamos una a la que bautizamos Tamara, la que pesó 180 kilos y medía poco más de un metro y veinte centímetros. Resultó ser una de las tortugas más grandes de las que se tenga registro en esta especie».
En promedio, la mayoría llega a los 90 kilos y superan los 80 centímetros. «A las más grandes les hemos puesto transmisores satelitales porque creemos que ya alcanzaron su etapa adulta y están en condiciones de migrar a las zonas de reproducción y desove».
La que ha llegado más lejos dejó de transmitir a la altura de Hawai, por lo que suponen que esa es el área donde van a desovar.
Aparte de las algas, en algunas etapas de su vida también se alimentan de peces pequeños y medusas. «Es una de las principales controladoras de su población, pero hoy todas las tortugas están en peligro de extinción. No es raro, entonces, que haya tantas medusas ahora», reconoce el buzo.
Publicado en El Mercurio