La vida se extiende por todo el planeta, incluso en los lugares más inhóspitos como la Antártica. El 99 % del continente Antártico está permanentemente cubierto por nieve o hielo, pero en el 1 % de superficie no congelada crecen musgos, helechos, líquenes y también dos plantas que florecen: el pasto antártico (Deschampsia antárctica) y el clavel antártico (Colobanthus quitensis). Ambas especies se encuentran principalmente en la Península Antártica, que es la zona menos fría, pues tiene una temperatura media diurna de 4 ºC.
Las plantas antárticas tienen que soportar temperaturas de hasta -60 ºC, una elevada incidencia de rayos ultravioleta, suelos muy delgados ácidos y, durante el invierno, varias semanas de oscuridad en las que no pueden hacer la fotosíntesis. Además padecen falta de agua, ya que casi toda el agua que hay en la Antártica está congelada en forma de hielo o nieve.
Las plantas pasan los 6 o 7 meses del invierno protegidas bajo un manto de nieve, pero incluso en verano tienen que soportar temperaturas negativas frecuentemente. Las dos especies están adaptadas al frío y a la congelación, aunque siguen estrategias distintas:
El pasto antártico es una hierba perenne que crece entre las rocas. Es una planta que se autopoliniza, es decir, nunca abre sus flores, sino que las mantiene cerradas y el polen fecunda el ovario de su misma flor. Además, sintetiza unas proteínas especializadas para evitar que se congele el agua de su interior, pues los cristales de hielo podrían dañar sus células. Estas proteínas se llaman APF (anti-freeze proteins) y se unen a los márgenes de los cristales de hielo cuando se empiezan a formar impidiendo su crecimiento.
El clavel antártico es una planta muy pequeña que crece en forma de “cojines” de 5 a 8 cm de altura. Cuando no tiene flores se puede confundir con un musgo, pero se reconoce fácilmente en verano cuando hace flores amarillas o blancas en forma de campana alargada. Sin embargo, aunque florece todos los años no siempre hace semillas y se reproduce sobre todo mediante esquejes (trozos de tallos que se rompen de la planta “madre” y enraízan en otro sitio, lo que se conoce como reproducción vegetativa). El clavel antártico no tiene APFs, sino que su estrategia para evitar los daños por congelación consiste en acumular azúcares en elevadas concentraciones, los cuales “secuestran” el agua por efecto osmótico evitando que se formen cristales de hielo. Esta estrategia es la más común en las plantas de alta montaña.
Las plantas antárticas también han adaptado su fotosíntesis al frío extremo. La máxima capacidad de fotosíntesis de las plantas de clima templado tiene lugar a unos 24 o 25 ºC, que es su temperatura óptima. En cambio, la temperatura óptima de las dos plantas antárticas es de unos 10 ºC, y a 0 ºC son capaces de hacer la fotosíntesis al 30 % de su capacidad máxima. Es decir, no sólo toleran la congelación, sino que siguen activas a temperaturas muy bajas.
El clima antártico es uno de los más afectados por el cambio climático y algunos estudios empiezan a describir los efectos del calentamiento en estas plantas. Aunque hacen falta trabajos a largo plazo para confirmarlo, ya se han encontrado indicios de que los claveles antárticos crecen más y se están extendiendo hacia el sur.
Publicado en Prensa Antártica / Créditos Investigación y Ciencia.