El pasado febrero, un estudio publicado en la revista Science estimaba que en 2010 se vertieron entre 4,8 y 12,7 millones de toneladas de basura plástica a los océanos del mundo. La cifra asusta, pero es solo una pequeña parte de los 275 millones de toneladas que ese año se generaron en 192 países costeros.
La producción mundial de plástico se ha incrementado un 500% desde 1980, y estos materiales representan entre el 80 y el 90% de la polución oceánica. Pero la mayor parte se queda en tierra, y es en los países en desarrollo, con peores sistemas de saneamiento y reciclaje, donde el problema de la polución plástica cobra una especial trascendencia.
De hecho, son los países en desarrollo y emergentes los principales responsables de la polución plástica: según el estudio de Science, de los 20 países más contaminantes solo el vigésimo es una nación occidental desarrollada, Estados Unidos.
¿Es posible concebir un futuro sin plástico? Algunos auguran que el futuro agotamiento de los combustibles fósiles obligará a ello, por lo que será necesario desarrollar materiales sustitutivos. Pero incluso en este caso, el fin del plástico no supondría su desaparición de la Tierra, debido a la lentísima degradación de estos polímeros, por lo que sería necesario también abordar medidas de descontaminación. Este es el panorama de los esfuerzos hacia el objetivo de lograr un planeta sin plástico.
Vivir sin plástico
Algunas campañas mediáticas y blogs, como MyPlasticFreeLife.com, ofrecen pistas y consejos para reducir al máximo el consumo de estos materiales y llevar un seguimiento de la huella personal de plástico. Los intentos de vivir sin plástico se basan mayoritariamente en elegir opciones de compra que se ciñen al uso de materiales tradicionales, como el cristal, el papel, el metal, la cerámica o la piedra.
Pero no es sencillo; las resinas sintéticas están presentes, de un modo u otro, en la mayor parte de lo que compramos, consumimos y descartamos. La razón es que el petróleo permite obtener polímeros con una enorme versatilidad y propiedades muy diversas, y hacer el viaje inverso hacia los materiales de origen natural no parece una solución universal. Además, la vida sin plástico es más cara. Vigilar y reducir el uso de plásticos es la misión de organizaciones como Plastic Disclosure Project y Plastic Pollution Coalition. Esta última basa sus objetivos en su lema de las cuatro “R”: rehusar, reducir, reutilizar y reciclar.
¿Prohibir el plástico?
Más allá de las iniciativas personales o no gubernamentales, las autoridades de algunos países han decidido tomar medidas legales para recortar el consumo de plásticos. En 1990, la isla de Nantucket se convirtió en el primer lugar de EE.UU. en prohibir las bolsas de un solo uso.
Otras ciudades y condados se adhirieron después al veto, y el pasado agostoCalifornia fue el primer estado en aprobar una legislación similar. En China, la decisión de que los comercios cobraran a los consumidores por las bolsas desechables, introducida en 2008, consiguió reducir la cantidad de este tipo de plástico en un 50%. Algunos países en desarrollo han ilegalizado las bolsas de plástico, aunque la ejecución de estas medidas a veces resulta problemática.
La Unión Europea aún no ha implantado una prohibición general, pero ha acordadoimponer a los estados miembros la obligación de reducir en un 80% el uso de las bolsas más ligeras en el próximo decenio –pasar de las más de 170 bolsas que utiliza cada europeo al año a solo 40 en 2025– o bien gravar su uso desde 2018. Algunos países ya se han adelantado: Italia fue pionera en eliminar las bolsas no biodegradables en 2011, mientras que Francia aprobó el pasado año una ley que prohibirá las bolsas de un solo uso en 2016.
Plásticos biodegradables y bioplásticos
El primer paso en el intento de reducir la huella de plástico del ser humano es producir polímeros biodegradables mediante el uso de aditivos. Sin embargo, esto no logra resolver el problema de su origen petroquímico, lo que sigue implicando el uso de una fuente no renovable. Por tanto, el siguiente paso es obtener materiales sustitutivos que no dependan del petróleo.
Cubiertos hechos de un material biodegradable, de almidón y poliéster / Crédito: Scott Bauer
Se están logrando avances notables en la fabricación de bioplásticos a base de materiales como el almidón o la celulosa. Un ejemplo es el ácido poliláctico, un bioplástico parecido al poliestireno producido a partir del mismo compuesto que provoca las caries dentales. Pero es preciso señalar que no todos los bioplásticos son biodegradables. El polietileno, el plástico de las bolsas, tiene una versión biológica obtenida a partir de cultivos fermentados, pero al igual que el derivado del petróleo, no es biodegradable.
Entre los investigadores que experimentan con nuevos plásticos de base biológica y fácil degradación se encuentra un equipo del Instituto Italiano de Tecnología en Génova, dirigido por Ilker Bayer y Athanassia Athanassiou.
Estos científicos trabajan en la producción de plásticos a partir de residuos vegetales comestibles, como el perejil, los tallos de espinacas y las cáscaras de arroz o cacao. La ventaja del método es que permite obtener una amplia gama de bioplásticos de celulosa, desde los más rígidos hasta los blandos y extensibles. “La comparación de sus propiedades mecánicas con las de varios polímeros sintéticos basados en el petróleo indica que estos bioplásticos tienen propiedades mecánicas equivalentes a las de los no degradables”, escribían los científicos en un estudio publicado el pasado año.
Microbios que comen plástico
Incluso en una situación ideal, con los plásticos petroquímicos limitados a los usos en los que no existe otra opción y siempre en aplicaciones duraderas; con todos los usos desechables cubiertos por bioplásticos biodegradables; y con un reciclaje extensivo… Aun así quedarían millones de toneladas de basura plástica que eliminar.
¿Qué hacer con ellas?
Casi todos los ojos están puestos en la biotecnología, el uso de microorganismos capaces de degradar plásticos. Existen bacterias, como los microbios del suelo del géneroPseudomonas, e incluso hongos como los que crecen en la madera, que pueden digerir plásticos de forma natural. El inconveniente es que la biodegradación de plásticos por este medio suele requerir condiciones especiales, como temperaturas altas o luz ultravioleta.
Recientemente, un equipo de investigadores de la Universidad Beihang de Pekín (China) ha encontrado una vía que evita la necesidad de aplicar condiciones de laboratorio. Los científicos observaron que la oruga de un tipo particular de polilla suele alimentarse de envases de comida. Al examinar su tubo digestivo, hallaron allí dos clases de bacterias que degradan el polietileno sin necesidad de otros tratamientos. Según los investigadores, se trata de “pruebas prometedoras para la degradación del polietileno en el medio ambiente”.
Reciclar hacia atrás
En los países desarrollados, los esfuerzos se centran en aumentar las tasas de reciclaje de los plásticos. Sin embargo, los expertos advierten que el reciclaje no es una panacea: al contrario de lo que sucede con los envases de vidrio, los de plástico no se emplean para fabricar otros similares, sino objetos muy diferentes que pueden acabar en los vertederos.
Una alternativa interesante llega desde India. Dado que el plástico se produce a partir del petróleo, ¿por qué no convertirlo de vuelta en un combustible líquido?
El método diseñado por el químico Achyut Kumar Panda, de la Universidad Centurión de Tecnología y Gestión en Odisha, y el ingeniero químico Raghubansh Kumar Singh, del Instituto Nacional de Tecnología en Orissa, utiliza un calentamiento a 450 grados centrígrados en presencia de un catalizador para convertir el polietileno de las bolsas en un combustible líquido similar a la gasolina, el queroseno y el carburante diésel.
Por cada kilo de plástico se producen 700 gramos de combustible. En su estudio, los investigadores subrayan que el procedimiento ayudaría a “reducir el problema de los residuos”, lo que sería especialmente interesante en los países en desarrollo.
Publicado en BBVAOpenmind