Las ballenas azules del golfo de Corcovado, al este de la isla Grande de Chiloé, se han transformado en un atractivo internacional. El año pasado el sitio Huffington Post incluyó esta zona entre las ocho más atractivas para observar ballenas en el continente y cada vez más turistas llegan a ese lugar.
Su relevancia también es científica, ya que Corcovado es uno de los pocos lugares continentales del Hemisferio Sur en que estos gigantes se alimentan.
Los otros se encuentran en Sudáfrica, Australia, Nueva Zelandia y la Antártica. De ahí que importa conocer sus características para determinar qué hace que las ballenas azules y otros cetáceos lo frecuenten, y adoptar medidas para su protección en el largo plazo.
Con ese fin, un grupo de científicos de la Fundación Meri inició el martes pasado su ya tradicional campaña de estudio de estos cetáceos, la que esta vez contará con dos embarcaciones.
En la primera, liderada por la bióloga Paulina Bahamondes, el objetivo es hacer fotoidentificación. Para ello, no solo emplearán las cámaras que llevan a bordo del Centinela, sino que además emplearán drones para obtener fotografías aéreas, lo que ya les dio espectaculares resultados el año pasado. Los drones además tomarán muestras de los soplidos de los cetáceos.
Análisis acústico
«El año pasado hicimos un primer experimento y pudimos recolectar material para caracterizar la microbiota que tienen», explica Gustavo Chiang, director científico de la fundación, quien viajará en una segunda embarcación, el Khronos, hoy lunes. «Encontramos bacterias que son características de agua dulce», detalla.
Eso, dice, confirma que pasan bastante tiempo en la zona. «Buscan alimento sobre todo en la desembocadura de algunos ríos y fiordos, donde la cantidad de agua dulce es mucho mayor que mar adentro».
Si su presencia es temporal o permanente es algo que todavía está por confirmar, reconoce el investigador.
«El análisis acústico que hemos hecho nos ha indicado hasta ahora que, si bien hay mayor abundancia de ellas durante el período estival, durante el invierno también hay algunas que se quedan».
Los marcajes con GPS que ha realizado el equipo de la Universidad Austral y la WWF permitieron seguir a algunos ejemplares hasta las inmediaciones de las islas Galápagos, frente a Ecuador. Ahora la conexión de ese archipiélago con Corcovado ha sido ratificada en forma visual.
«Durante noviembre unos guardaparques de Galápagos confirmaron en un seminario en Coyhaique que mediante fotoidentificación habían observado allá las mismas ballenas de Corcovado», revela Chiang.
Pero no todas migrarían a las aguas tropicales. Hay un grupo que se estaría desplazando en sentido contrario, hacia y desde la Antártica, lo que han podido detectar gracias a que cada subespecie de ballena azul tiene una vocalización particular. Pero, aunque las han escuchado, no han podido verlas todavía.
Peligro de colisión
El Khronos lleva un instrumento conocido como ecosonda que permite mapear la columna de agua para medir parámetros ambientales y también saber dónde se concentran los eufáusidos, unos camarones pequeños parecidos al krill, el principal alimento de estos cetáceos.
«El año pasado observamos que las ballenas durante el día se sumergen hasta 150 metros para llegar a la masa de estos pequeños camarones», cuenta Chiang. En cambio, entre la tarde y la noche, los eufáusidos migran hacia la superficie. «A esas horas las ballenas se alimentan a no más de 40 metros de profundidad».
Admite que esto es complicado porque se alimentan muy cerca de la superficie en áreas que se superponen con las rutas de los grandes barcos de transporte y quedan expuestas a eventuales colisiones.
Para evitarlas, hay que identificar bien los lugares de alimentación. «Con los datos obtenidos estamos trabajando en modelos probabilísticos para ver dónde podrían encontrarse las ballenas con más frecuencia y eso lo compararemos con las rutas de navegación».
El paso siguiente será proponer a las autoridades medidas de protección como un máximo de velocidad, o desvíos en la ruta según la localización de las ballenas.
Publicado en El Mercurio